Buscar este blog

La inmortalidad


"La inmortalidad" es levedad y efectismo. Una colección de historias y almas casualmente entrelazadas, en giros narrativos que intentan ser sorprendentes, y en vidas marcadas por primeros besos infantiles y traumáticos. Como si no supiéramos todos ya que el primer beso siempre es traumático. Como si no viviéramos todos aferrándonos con todo lo que nos queda al presente. Almas que se cruzan en París, mujeres misteriosas y sofisticadas de elegantes vestidos ceñidas a sus generosas caderas y vidas repletas de amantes. Un enigmático profesor que vive con la paranoia o el descubrimiento real de una sorda conspiración que rige nuestros destinos, aún sin esbozar siquiera los inquietantes modelos de los hombres torturados y misteriosos de Hesse o Sábato.
El Homo Sentimentalis que convierte su necesidad de afecto y colecciones de aventuras amorosas en una necesidad fisiológica más, en centro de su vida, siempre apegado a lo terrenal. Algunas escenas de cama con calzador, coitos paranoicos y sexo tan cargado de estrategias, culpabilidades y estratagemas que estresa incluso al lector. No, todo esto no era original ni siquiera en 1990, fecha de la primera publicación de libro.
Hay sin embargo, un personaje que se salva de la quema. Está fabricado con un sonoro endoesqueleto de sentido común, tan sonoro que a pesar de estar firmemente arraigado en su interior aflora a su pensamiento en cada manifestación, en cada diálogo. Su piel es de personalidad y decisión, porque a pesar de todos los ataques que recibe, permanece inamovible en su cordura.

Lo más llamativo de este personaje es su visión de la cultura, defendiendo la autenticidad frente a lo pretencioso, Goya frente a Barceló y Tàpies, gafapastismo vs intelectualidad. "Ser absolutamente moderno" era la consigna de Rimbaud. Por encima de los gustos personales. Mi defendido, Paul, se da cuenta de que la modernidad permanentemente cambiante es lo que realmente nos hace viejos de alma. Es lo que nos obliga a traicionar nuestros gustos pasados. Es el imperativo cultural que nos pone en evidencia cuando el goce de compartir el disfrute de una obra supera al goce que nos proporciona la obra en sí. Aunque quizá debamos hacer caso de El Oso, que irónica y tal vez sabiamente le acusa de cinismo, de miedo, de ser tan inteligente como para atreverse a intentar justificar el más injustificable de los argumentos: la antilógica, la no argumentación, la rendición al fin de los pensamientos. El nihilismo cultural.
Y hay también algunas reflexiones interesantes, aunque apenas levemente esbozadas, entre el caótico torrente de reflexiones vitales que vierte Kundera. Quizá la cuestión central sea la más jugosa, aunque nos haya sido repetida hasta la saciedad: no se ama a la persona amada, sino que se ama el amor (o este fantástico invento concpetualizado por nuestros días), se ama la historia de amor y se ama nuestro starring role, nuestro nombre para la posteridad, nuestra imitación de una película de Truffaut o de un libro de... Kundera, por ejemplo. En este caso, Bettina Von Arnim, que ama al viejo y desdentado Goethe, no por él mismo, sino porque ve en él su vehículo a la inmortalidad.

Aunque Goethe no se atreve a renunciar a su vida cómoda por este amor cuya finalidad egoísta ve con claridad, Bettina consigue su objetivo, aunque sólo sea con esta cita en este blog, siglos después de su muerte. Christiane, la espalda que Goethe acariciaba cada noche, su fiel esposa, prueba sin embargo que la inmortalidad es un absurdo transitorio, y, lo que más irónico y desesperante para Bettina, absolutamente azaroso. El encuentro de Hemingway y Goethe en el cielo es la más suprema burla de la gloria. Ambos abominan de la imagen que de ellos representa la posteridad, aunque se consuelan pensando en lo efímero de su fama en el correr de los tiempos.
También he descubierto (quizá se deba a mi paulatina, palatina y gradual transformación en bodhisattva) algunos puntazos zen en el libro... aunque últimamente no dejo de ver el zen por doquier. Agnes tumbada en el campo, experimentando unos instantes de paz liberada de su autoimagen de triunfadora y de sus anhelos insaciables, sola con su yo y levemente disuelta en un satori que disuelve ese pequeño ego. La reflexión sobre la felicidad implícita en el ser, en el existir, y que la acción, el vivir, va destruyendo. Ser frente a vivir. Actuar o contemplar. Amor o convento. Batalla, rendición, ser o no ser.